A veces pienso que me gustaría ser un árbol.
Siempre de pie, sin llamar la atención ni temblar bajo los temporales.
Sintiendo las raíces hundidas y las ramas libres fluyendo hacia el cielo.
Sin duda, merecería la pena ser un árbol,
siempre de pie y sin miedo a que algo te tumbe.
Pero entonces, las noches que me rompo y lloro, en las que mis "perros negros" ladran feroces, recuerdo que hasta los arboles tienen pequeñas cicatrices.
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